La ciudad medieval, Mondoñedo 1425 (2) Las tiendas




         En el anterior capítulo de nuestra particular aventura a través del tiempo en la ciudad de Mondoñedo, nos habíamos quedado con una somera descripción de los espacios de trabajo y comercio presentes en la gran mayoría de los inmuebles medievales.
         Una urbe como la nuestra no era mucho menor ni mayor en la fecha que estamos tomando como referencia (S. XV) a otras hoy de mayor entidad, como Oviedo, Coruña o Bilbao.
         La muralla bajo medieval de Oviedo tenía unos 1400 metros de perímetro por 4 metros de altura por 2.2 metros de ancho, Coruña reinició su andadura algo más tarde que Mondoñedo, en 1208 con el fuero de Benavente de manos de Alfonso IX; La muralla de Huesca tenía un perímetro de 1800 metros; Bilbao nace aún en el S. XIV y el espacio habitado de Madrid en el periodo cristiano medieval no excedía los 5000 metros cuadrados.
         Mondoñedo se cierra con un muro de entre 800 y 1200 metros de perímetro,[1] y como ya habíamos comentado tiene una población a finales del S.XVI de entre 900 y 1200 habitantes reales, nada despreciable para una ciudad del medievo.  En varios instrumentos de mediados del XVI el concejo considera esta,  una ciudad de paso, tanto de mercancías como de personas, puede que hasta las últimas décadas de este siglo. Aunque en el apeo de oficios de 1616 se muestra una imagen bien distinta es más prudente desconfiar de este, o amenos de la perspectiva ofrecida que de las diferentes anotaciones en los libros de concejo donde se busca gravar los productos traídos por carreto, sobre todo productos de lujo, de los que ya hablamos cuando nos detuvimos en el inventario de tiendas de especias adquiridas en mercados del centro peninsular.
         De todos modos el valor intrínseco de la ciudad se mantiene, cuando menos en el interés real por tener en cuenta los recursos de esta para diferentes levas.
        

Oviedo S. XVI



         La tienda era pues centro neurálgico de la vida urbana del momento, tanto o más que el mercado abierto en si, en la tienda se trabajaba y se ofrecía el producto, y su estructura estaba enormemente estandarizada. El modelo de mediados del XIV y del XV es mas o menos similar al que continúa en el XVIII y en algunos casos el que ha llegado hasta nuestros días. Cada artesano debía disponer de espacio para instalar su taller y tienda, y luego de ser aceptado por el concejo y unirse a una de las cofradías gremiales, la correspondiente a su oficio, en muchos casos era la propia municipalidad la encargada de encontrarle morada y espacio para desarrollar su labor.
         En caso de que esta estuviese sometida a postura, como carnicero o marchante de vinos, los lugares para macelo y taberna estaban en mano del concejo y sus oficiales, y en ocasiones conllevaba la edificación de un lugar independiente con los fondos de la república. Este era el caso de los macelos mindonienses, bastante documentados por los diferentes avatares que sufren durante su larga vida. En otros oficios, cuando el maestro decidía pedir residencia en la ciudad, esta localizaba un espacio que le fuese adaptado pasa su empresa,  si lo solicitaba,  en ocasiones  plantas bajas de casas habitadas por miembros dedicados a otras labores, sobre todo baja nobleza, clero,  etc.          Ciertos puestos relacionados con el clero o con el regimiento de la ciudad llevaban incluso derecho a inmueble de residencia, como el de alcalde mayor, el de provisor o los de arcediano. Aunque se puedan rastrear algunos canónigos residiendo en diferentes calles del casco, en el momento de acceder por subasta al foro de un arcedianato, era costumbre que cambiara su residencia para el entorno de la plaza, y calles adyacentes como Templarios o Pasadizo da Plaza o Batitales. Aunque el foro de arcedianato iba unido al foro de la vivienda de residencia y a la muerte del que ostentaba el título el inmueble pasaba en herencia con la carga correspondiente, normalmente la curia solía recuperarlo para que residiera en el siguiente arcediano. En estos cambios se ve el profundo respeto que se tenía en este periodo por la propiedad privada, aunque fuese ostentada bajo régimen de renta foral. Un foro estaba protegido por tal número de cláusulas a favor del aforado que rara vez podía obligársele a abandonarlo si este no lo deseaba, así para mantener cerca del templo la residencia de sus principales cargos,  se realizaban con regularidad cambios o permutas de plaza, añadidos a esta o cesiones con buenas condiciones a los herederos para que quedara libre la deseada para tal uso.
         De este modo las torres de los principales cargos, propiedad del cabildo, se mantienen a través de los siglos en plazas muy cercanas unas a las otras, pero con ligeras variaciones. En 1420 se localiza la torre del arcediano de Montenegro en un espacio cercano a la alberguería, más o menos cerca de la entrada de Noriega Varela, en el bloque que está frente por frente a la catedral; en 1856, se identifica este cargo residiendo en el número 8 de la plaza, hoy la que esquina en el testero norte, así pues apenas a unos metros de distancia, con el hospital de por medio.
         Estas viviendas de personalidades mas o menos insignes, o como diríamos en pleno medievo, de “omes boos[2] , solían aforar aparte o sub aforar los bajos para tienda, pues el rendimiento era especialmente jugoso para desaprovecharlo en simple entrada de casa y cuadras. Como nos dice en el apeo de oficios de 1616 Gonzalo Martínez, platero y aferidor de los marcos de pesos y medidas, el trabajo de tenedor de portazgo y encargado de pesos y medidas del concejo se hacía gratis por el arriendo de la casa de alhóndiga y de sus tiendas “ansi con la codizia / de la casa y del apro / bechamiento que tiene / della mas tiendas / y bodegas”.
         En la segunda mitad del S. XVIII, cuando se renueva la alhóndiga se mantienen en ella las dos tiendas primitivas, y se especifica deben quedar de esta manera, “que a la entrada de la casa qual / a la ladera de arriba qual a la de avajo se ha / de formar una tienda capaz con su tablero / de cantería y en el hueco restante que sobra / del frontis la referida puerta que esta ha de / ser de siete cuartas de ancho y el tablero / seis cuartas y media / “  Es decir 130cm. aproximadamente, con la puerta de 140cm. Y otra tienda con mostrador a la calle de 130cm nos queda una plaza estándar de 5 metros de ancho (sumando marcos y demás claro). Así una casa de una plaza de 5 metros podía albergar dos tiendas, dispuestas al modo “double-pile house”, muy popular en las casas Tudor inglesas, y, como vemos igualmente,  en nuestra tierra.

Planta de una casa distribuida por el modo double-pile. 


Casas Tudor de Chesterfield con los mostradores de las tiendas abiertos a la calle en un cuadro de finales del XIX


         Esta distribución, con acceso a la planta superior desde la puerta de la calle,  en el frontis del inmueble por medio de unas escaleras empinadas de un solo tramo, probablemente responde a una moda de finales del XVI, pues de momento consideramos, con los pocos datos arqueológicos de que disponemos, que los modelos anteriores aprovechaban menos el espacio, puede que por dar acceso a las cuadras por la misma puerta de la tienda, y tener el taller en el espacio de esta, así el acceso a la parte de habitación parece que se hacía desde un lateral del inmueble por una escalera exterior.
         En el documento de reforma de la alhóndiga ya se especifica que las puertas a las caballerizas debían ser independientes de la puerta principal, pero en el medievo la entrada para hombres y para bestias era común. Los tableros o mostradores se abrían a la calle, en un principios por sistemas sencillos de quita y pon, como mesados envisagrados que formaban parte del marco de la ventana lateral del frontis, justo al lado de la puerta, o inclusa en ella como en la imagen inferior. 


Botica Italiana del S. XIV




 Vista de una casa de la plaza de entre 1830 a 1840, con el sistema de tablero de tienda y puerta unidos




Cerrajero de Nuremberg de finales del S. XV


         También se podía abrir completamente al público el taller/tienda sin intermediación de mostrador alguno, pudiendo convivir así el trabajo con la venta o la simple conversación.



Platero de Nuremberg de finales del S. XV

Artesanos de zuecos de Nuremberg de finales del S. XV





         En otros casos el trabajo se sacaba directamente a la calle, junto con el comercio, formando pequeños puestos que se retiraban al acabar el día, este modo no representaba especialmente oficios menores, en muchos casos la venta de especias, sedas u otras mercaderías preciosas,  requería de la mayor publicidad que se pudiese conseguir y el mercader terminaba ejerciendo la labor de nuestros feriantes actuales, anunciando a voces su producto dispuesto sobre tablas que se improvisaban en mesas bajas o simplemente barriles, en días de mercado las tiendas fijas se confundían con los puestos itinerantes.


Mercader de especias de Nuremberg de finales del S. XV


Puestos fijos e itinerantes en un día de mercado en Francia, S. XV

         El comercio era con diferencia la marca de agua de la ciudad, una ciudad sin artesanos ni comercio apenas era una aberración rural con aspecto aglomerado, así las tiendas anunciaban sus productos con carteles colgantes al exterior, por lo regular con elementos figurados diseñados en ellos a modo de alegoría, como vemos en  imagen anterior.
         Poco a poco nos vamos percatando de lo poco que significaba en el medievo la intimidad, ni siquiera los oficios que requerían de más sosiego como los plateros, boticarios o escribanos cerraban su puerta a la calle, desde que se abrían a primera hora de la mañana no cesaba de entrar y salir gente, si todo iba bien claro, y en este entorno bullicioso era preciso trabajar. Puede que  encontremos similitudes,  quienes ya pasamos de cierta edad, con las barberías de hace un par de décadas, que en algunos casos aún se pueden encontrar en pequeñas villas y ciudades, en ellas el maestro debía conjugar el pulso mas preciso con las conversaciones de un público constante, pues mala era la barbería que no fuese algo centro de reunión del vecindario donde se conocían de primera mano las noticias del día a día de la comunidad. 
       
Boticario de Nuremberg. S. XVII

         Junto con los maestros artesanos, era normal ver a varios chicos, y no tanto,  trabajando como aprendices, desde ayudando a dispensar la mercancía a pasando a la manufactura,  cuando el nivel era ya superior. El trabajo de aprendiz no era un oficio menor, duraba años y por tener acceso a el las familias pagaban a los gremios y a los maestros artesanos; pocas veces se confiaba en un artesano para una obra mayor antes de que cumpliese los 40 años. Es curioso ver como en este momento donde la esperanza de vida apenas superaba los 60 años siempre que se consiguiese llegar a adulto, el aprecio por la juventud era mucho menor que en el tiempo que nos toca vivir, hoy casi es un atributo sagrado y venerado, pero en plena era de las pestes, hasta cierto momento de la vida, la preparación era considerada insuficiente. Vemos esta premisa en múltiples situaciones, incluso en los interrogatorios judiciales para elaborar apeos o para dirimir disputas menores, los 40 años era la edad mágica repetida al final de cada declaración con un solemne “jura tener 40 años mas o menos de edad” y superar los 60 era un privilegio que ningún inspector de tributos,  ningún fabriquero de iglesia o catedral dejaba escapar, un maestro en activo con esa edad era sinónimo de calidad y como tal se pagaba y se cobraba.

         De este modo las tiendas medievales precisaban de algo más de espacio que las que de pueden ver a partir del S. XVI,  donde mucha de la mercancía se elaboraba en talleres aledaños al punto de venta. Además era preciso disponer de camastros,  pues,   no era raro que los aprendices durmiesen en el propio establecimiento, e incluso los maestros en días señalados.

         El modelo de casa larga que es común en nuestra zona, con más del doble de fondo que de frente permitía cortar el bajo en dos mitades, por lo regular la trasera se destinaba a cuadras, caballerizas y/o bodegas.

         Los animales, como ya dijimos, entraban a los establos por la misma puerta que las personas a la tienda en cualquier momento del día, aumentando si cabe el bullicio ya presente, y ayudando además a conformar un ambiente mas bien poco salubre, infecto de pulgas y moscas en verano, y frío en invierno. No era raro que se aprovechasen los excrementos de las bestias para endurecer el suelo mezclándolos con paja cenizas y desperdicios, de vez en cuando se esparcía paja fresca en las zonas humanas, o flores, no tanto por su carácter decorativo o bucólico si no por sus propiedades insecticidas.


[1] Son datos muy aproximados tomados de la arqueología del paisaje, en estos momentos se está realizando un estudio más completo sobre el tema por nuestro amigo y colaborador José Manuel Merino que seguro nos aportará nuevos e interesantes datos.
[2] Los títulos nobiliarios de importancia, junto con los edificios principales del clero se distinguían por si solos, estos podríamos entenderlos como torres, mientras que los de menor rangos se suelen citar como “casa e torre”, es una sutil diferencia pero marca el espacio entre el palacio episcopal o la “torre vella” y otros mucho.

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