El doctor Romano en Mondoñedo 1566
Dentro del número, casi infinito, de enfermedades que podían terminar con la
vida durante el alto renacimiento y la baja edad media, de las más conocidas
son, por supuesto, las diferentes variantes de peste bubónica y neumónica. De
todos es lección sabida el daño que esta pandemia había causado en Europa entre
los siglos XIV y XVI, exterminando prácticamente a dos tercios de las almas que
habitaban estas tierras. Pero, aunque resulte extraño, esta no era una de las
enfermedades más temidas.
El proceso de vivir y el proceso de
morir estuvieron íntimamente ligados para el hombre medieval, al igual que el
nacimiento muchas veces conllevaba una muerte, desde el momento de la toma de
consciencia, el deceso se contemplaba como algo tan natural como la llegada a
este mundo. Por nuestras tierras aún hoy se estila la sentencia “uma vida lhe devemos a Deus” (“una vida
le debemos a dios”), y, esta natural aceptación del fin, era una constante en el mundo medieval.
La enfermedad, al contrario que actualmente, y con ella su íntima compañera, la muerte, estaban vistas con relativa benevolencia por las clases humildes, era, al fin y al cabo, la única vara de justicia que no distinguía entre más o menos favorecidos, y donde el dinero del burgués poco podía.
La enfermedad, al contrario que actualmente, y con ella su íntima compañera, la muerte, estaban vistas con relativa benevolencia por las clases humildes, era, al fin y al cabo, la única vara de justicia que no distinguía entre más o menos favorecidos, y donde el dinero del burgués poco podía.
Danza macabra, Simine Baschenis, 1515
Sin embargo, cómo morir estaba entre
una de las principales preocupaciones del hombre medieval; si dispusiésemos de encuestas como las que se manejan en la
actualidad, estoy seguro que pocos situarían a la cabeza del listado de sus
inquietudes las guerras, el hambre, o la muerte, eran compañeras cotidianas,
pero, como venían éstas y su inevitable
final, sí que era preocupante.
Hasta que el individuo toma consciencia
de si mismo, el encuentro con la parca se tomaba muy en serio, se organizaba lo
mejor posible y, para tal momento,
incluso los menos favorecidos dejaban completos documentos notariales donde, no
disponiendo de propiedades terrenales se interesaban en dejar en buenas manos
la que consideraban como su más preciada posesión, el ánima inmortal.
Buena Muerte, miniatura del Codex Iustinianus 1350
En una de las obras fundamentales para
entender la filosofía de vida individual en la edad media, en este caso de un
miembro de los “bellatores”, Guillermo
el Mariscal[1], podemos ver como el
protagonista completa su ciclo en este mundo con una verdadera puesta en
escena, donde, postrado en cama, se hace rodear de miembros del clero y de toda
su familia. Despedirse era fundamental; recordemos la máxima de aquellos
tiempos, renovada por el fervor tridentino, “A subitanea et improvisa morte, libera nos, Domine” [2]
El evangelio advertía ante el peligro
de un fallecimiento repentino: “estad
preparados porque a la hora que menos penséis viene el hijo del hombre” Lc.
12, 40 “velad por tanto ya que no sabéis
cuando viene le dueño de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al cantar
del gallo, no sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos”, Mc. 13,
35-36), san José era considerado abogado de la buena muerte, e incluso, durante
el turbulento S. XVI se llegó a fundar
una orden, los padres Camilos (por Camilo de Lelis) con la única función de
preparar a moribundos. El deceso preferiblemente debía ser lento y conservando
en todo momento todas las capacidades mentales activas. Este proceso expiatorio
era además de especial interés para el clero pues de el obtenían pingües
rendimientos en aniversarios de misas y donaciones ante mortem.
Así las enfermedades que causaban
decesos rápidos estaban mal vistas, y las que retiraban el conocimiento aún
peor. Entre estas se encontraban las dolencias extremas del tracto urinario.
Actualmente a excepción de las neoplasias, pocas entran dentro de las que se
consideran de riesgo vital, pero en aquel entonces desde las litiasis
vesicales, hasta las uretritis podían llevar a una retención urinaria total con
resultado fatal por septicemia y necrosis interna en pocos días, junto con un
colapso renal acompañado de fallo
hepático, que podía matar en horas.
Además todas las dolencias relacionadas
con el aparato reproductor y urinario cursan de un modo especialmente doloroso,
y teniendo en cuenta el modo de contraer varias de ellas, estaban especialmente
estigmatizadas.
En el siglo XVI las dos dolencias más
comunes que atacaban al hombre y, menos habitualmente, a la mujer eran la
litiasis vesical y la estenosis de uretra.
La litiasis vesical, que hoy conocemos
como piedras de vejiga, se había descrito ya a principios de la era cristiana
en la obra de Aulo Cornelio Celso (25a.c.-50d.c.) y por estudios de los que hoy
disponemos se encuentra como causa de muerte en momias egipcias de varios miles
de años; a diferencia con la actualidad en la edad media afectaba más a niños y
hombre jóvenes y estaba motivada por deficiencias en la dieta.
Uroscopia, De una obra de Juan Calbo 1596
Por un lado era habitual alimentar a los niños con
leche materna mezclada con cereales refinados como el mijo, lo que tornaba la
orina pobre en fosfatos, ácida y con altos niveles de amoníaco. Además el agua
de boca solía ser agua de superficie, aunque se dispusiera de agua de
manantial, no se tenía el cuidado actual en usar solo de esta para consumo
humano, muchas veces se bebía directamente de aguas semi-estancadas muy ricas
en minerales y sales cálcicas.
Cuando la piedra era suficientemente
grande y obstruía el meato urinario, los cólicos eran de tal intensidad que
muchas veces el paciente pedía ser intervenido de motu propio. Es interesante
el caso que nos relata Luis Zapata de Chaves, sucedido al conde de Benavente
don Alonso Pimentel: [3] “padecía de piedra dolores insoportables y se resolvió de hacerse abrir”, “el no consistió hacerse atar y puesto como
San Andrés aspado comenzaron a hacer su oficio los piadosos ministros de
cruelísimas manos, cruzáronle la piedra y retorciendo se la sacaron fuera con
unas tenazas y luego acudieron a los cauterios de fuego y el sin gemir ni aun
decir ay”[4]
En el siglo XVI se conocían dos métodos
para extraer las piedras de la vejiga, uno, el más primitivo, se denominaba
popularmente “talla a la castellana” o de un modo más académico “aparatos
minor”, en referencia al poco instrumental necesario para esta intervención
invasiva. Para el se realizaba una incisión en el periné y con unas tenazas y un
litotritor se retiraba la piedra
formada. Este sistema aparece ya descrito por Celso, de ahí que es con
diferencia el más antiguo, más popular y
mejor conocido por doctores, cirujanos y empíricos.
En este momento el número de doctores
con formación académica era escasísimo y la mayoría de intervenciones las
realizaban empíricos, es decir cirujanos
ocasionales, con otros muy diferentes oficios como barberos, parteros etc.
Estos mediante un breve aprendizaje y mucha práctica
terminaban siendo más apreciados que los propios académicos. Además los
doctores retenían para si ciertas especialidades, pero “tajar” no era ni mucho
menos una de ellas, dejando esta para profesionales de menor formación. En un
momento en que las universidades estaban empezando a popularizarse por todo el
territorio español, esta circunstancia trajo no pocas desavenencias entre
prácticos y titulados.
Otro método para extraer las piedras de
vejiga era el conocido como “talla a la italiana” o “operación mariana”, para
este se requería múltiple instrumental y tres ayudantes, aparece muy bien
descrito como innovación en la obra de Francisco Díaz de Alcalá (1527-1590).
Cirujía "talla a la italiana" S. XVI
Otro mal que atacaba el sistema
urinario era el conocido como “carnosidades
de la verga”, Francisco Díaz lo considera como de reciente descubrimiento
en su obra de 1588 y hoy podemos identificarlo con la estenosis de uretra[5].
Suele estar causado, al igual que en el
pasado, por la infección de la uretra (uretritis) crónica provocada por
diferentes enfermedades venéreas, como es el caso de la uretritis gonocócica
(gonorrea) o la sífilis, conocida
entonces como “mal francés”(morbo
galilcum). En este momento, por mor de las diferentes campañas militares en
que estaba embarcada la corona española, la movilidad del ciudadano de a pie
había aumentado de manera exponencial, de ahí que algunas enfermedades que antes no
dejaban de ser ocasionales se habían tornado epidémicas.
Hasta tal punto llegó la preocupación
de la corona por estos males que a finales del XVI se llegó a la conclusión de
que para evitar el contagio masivo de los militares destacados en el extranjero
el mejor sistema sería la amputación del miembro a todos los que se consideraran
ya infectados: [6] “en la jornada de Portugal siendo general el duque de Alva, donde yo yva
por medico y cirujano el año de setenta e nueve y ochenta y estando en exercito
en la villa y puerto de Setúbal se cortaron al pie de cinco mil miembros entre todos
los de la facultad e yo mayor parte”
Otra
cura que estaba empezando a dar buenos resultados era la que se conocía como de
candelillas, que usaba de unas torcidas de cordón encerado que, atravesando el
meato urinario, se usaban para ensanchar su luz, disponiendo en la punta, una
pequeña cantidad de alguna sustancia cáustica para que destruyera a su paso las
malformaciones provocadas por la enfermedad.
El descubrimiento de esta enfermedad y
de sus remedios se considera logro de un práctico del que hablaremos
detenidamente, conocido por doctor Romano.
Tratado del mal Francés por Andrés de León
El
doctor Romano en Mondoñedo
Alfonso Díaz, más conocido como doctor
Romano, era portugués de nacimiento, de
el sabemos muy poco hasta su llegada a Castilla en 1552, únicamente que había
ejercido de boticario en Roma, de ahí su apodo o más bien título honorífico,
donde también lo encontramos como Diego Díaz, es de suponer que en esta ciudad
aprendió el método para curar la estenosis de uretra con candelillas, y
conocedor del daño que estaba causando en la corona española, puso a su servicio
esta practica en la corte de Felipe II
en 1552, donde presento su descubrimiento a los procuradores del reino. Este
fue considerado tan útil y novedoso que fue contratado y bien retribuido para
que enseñara a quien desease aprender, como se debía proceder ante casos
similares.
Luego de impartir sus conocimientos en
Castilla y Aragón fue llamado a Valencia en 1564 donde estuvo cuatro meses, En
1565 lega a Santiago de Compostela, en 1566 acude a Córdoba y Jaén, su muerte
está documentada en 1567.
A nosotros nos interesa especialmente
el tiempo que transcurre entre 1565 y 1567, pues el 30 de mayo de 1566 se
documenta su llegada a Mondoñedo.
Sobre su estancia en nuestra ciudad hay
una importante cantidad de documentación, para lo que era costumbre en la
época, posiblemente en su trabajo itinerante, esta fuese una parada entre el
tiempo que había invertido en Compostela y su marcha a Córdoba.
Se instalará este mismo día en la
posada de Pedro de Losada al que pagará el concejo por su estadía cuatro
ducados. Permanecerá en nuestra ciudad hasta el 27 de junio en que se le
expiden cartas de recomendación y se le da permiso para marchar. Un total de 28
días, casi un mes, durante los que es
encargado para enseñar a todos los pupilos que deseasen aprender sus métodos
terapéuticos y atender a todos los enfermos, siendo para los pobres gratuito el
tratamiento e igualmente gratuitas las enseñanzas para los futuros prácticos.
Para que su estancia fuera más
provechosa el concejo manda enviar misivas a las principales villas de su
jurisdicción con el ánimo que acudiesen la mayor cantidad de interesados
posible, tanto en aprender como en ser curados. El 30 de mayo se pregonó el
auto municipal y se enviaron misivas a varias villas, el 10 de junio se
consideró había pasado ya suficiente plazo, pues inicialmente se marcaran 8 días,
y visto que no había acudido ninguna persona de la jurisdicción, el concejo
nombraría al licenciado Enríquez médico y a Rodrigo Fuertes cirujano como sus
encomendados para aprender tal oficio y luego ejercerlo en la ciudad. A cambio
de los estudios se les toma juramento conforme no abandonarán la ciudad sin
dejar aprendiz, no cobrarán por las intervenciones hasta que el resultado sea
positivo y el enfermo cure y en caso de recaída devolverán lo que hubieran
cobrado, algo así como “si se muere y no queda contento con el resultado le
devolvemos su dinero”.
Ese mismo día se les señala una hora, a
la una de la tarde y se les emplaza con el doctor Romano para que aprendan el
oficio.
La presencia del empírico Alfonso Díaz
en Mondoñedo es de singular importancia, había sido reconocido como personaje
de valor para la corona, tanto como para encargar que recorriese toda la
geografía española deteniéndose en sus principales ciudades pare enseñar su
arte, es pues este ejemplo que Mondoñedo se encontraba en este momento al mismo
nivel que otras villas y ciudades como Valladolid, Córdoba o Santiago, además
debemos tener en cuenta que solo un puñado de ellas se podían permitir pagar su
estadía por mas de unos días, Mondoñedo lo retuvo cerca de un mes.
30-V-1566
E luego paresçio presente el dotor romano pro / to medico que dixo
benia a la dicha çibdad a curar de / çiertas enfermedades e besitar las boticas
e ciruja / nos pedio le fuese aseñalado posada para en que po / sase e luego
los dichos señores le nombraron por posa / da la casa de Pedro de Losada vesino
de la dicha çibdad e mandaron / que el dicho Pedro de Losada le diese posada //
En este consistorio se presento el dotor romano medico con una / mesiba
derigida a los dichos señores justizia e regimiento de / dotor Agreda del
conçejo de su majestad e Gonzalo de Hoçes e ansi pre / sentada la dicha carta
sobre el curar de retençion de horin / juntamente con el conçierto que el reyno
tomo con el / y una hestraçion de lo que estaba obligado a cumplir / e todo
bisto por los dichos señores e ablado e platicado / sobre ello acordaron que se
apregonase públicamente / hoy juebes dia de mercado en la dicha çibdad lo quel
/ dicho doctor Romano a de hazer e curar el qual dicho pregon / se mando dar a
mi el presente escribano y ordenado por / los dichos señores e mandaron lo
hiziese apregonar luego / e luego hecho esto elegirían para apreder los que con
/ forme al pregon se benieren a presentar e lo firmaron / de sus nombres e
mandaron se escriba a las villas de Ribadeo / Bibero Villalba Castro de Rey
Santa Marta Ferrol e / Villanueba a cada una de las dichas villas una carta
açiendoles / saber de la venida del dicho Dotor Romano abisandoles que si hu /
biese alñgunas personas que quisiesen aprender la dicha çiençia o otras / que
estubiesen enfermas de la enfermedad a que benia a entender y curar / de la
enfermedad a que benia a entender el dicho dotor Romano lo be / niesen açiendo
dentro de ocho dias que ansi fuesen abisados por que / a los medicos el dicho
dotor romano se ofreçia a entrenarlos de balde y ansi / a los enfermos pobres
de balde y a los demas a moderados preçios y / dello abisasen a las comarcanas
de alderredos por que beniesen muchos de to / da la probinçia las quales dichas
cartas mensibas fueron luego despachadas / con correos que las llebaron / e
después de lo suso dicho en la dicha çibdad de Mondoñedo a treynta e un / dias
del dicho mes de mayo del dicho año de mill e quinientos e sesenta / e seys
años dia juebes en el mercado e feria que el dicho dia se hizo / en la dicha
çibdad fue pregonado por Pero Martinez pregonero de la dicha / çibdad y por los
mas lugares della donde se suelen e acostumbran / dar los pregones publicos y
con atambor para que beniese a / notisia de todos el qual dicho Pero Martines
pregonero apregono lo suso dicho / a altas e yntelixibles bozes por manera que
se oyo y entendio muy / bien según que paso por delante my el dicho escribano
de lo qual doi fe //
10-VI-1566
En la çibdad de Mondoñedo a diez dias del mes de junio del dicho año de
/ mill e quinientos e sesenta e seis años estando juntos en consistorio /
ayuntados por son de campana yañida según lo an / de Yuso e costumbre los muy
magníficos señores Bartolome San / Sidro alcalde mayor de la dicha çibdad y
obispado Gomez Gonçalez / alcalde hordinario de la dicha çibdad e su concejo
Juan Abade Luys de Luazes / Francisco Rodrigues de Luazes Pero Fernandez Balea
Pero Gonçalez re / oidores de la dicha çibdad / paresçio en este conistorio el
dotor Romano e hizo saber a / sus merçedes como los ocho dias que se abian
señalado a los lugares / de la probinçia atrás contenidos para el hefesto que /
en los autos de atrás se açe mençion heran pasados / y no abian paresçido ningunos medicos ni çerujanos / apresentarse
para efesto del enseñarles a curar / de la dicha enfermedad de retençin de
horina que benia / a amosar y enseñar a los que la quisiesen aprender / y
presento en el dicho consistorio los testimonios que se abian llebado / a la
billa de Bibero Santa Marta y Villalba y dixo que / los correos que abian
llebado los otros testimonios a los / otros lugares que fueron señalados no
abian querido / responder e visto por los dichos señores justizias dixe / ron
que por lo que tocaba a la dicha çibdad nombraban y / nombraron por personas
para que aprendiesen la dicha cura / sobre dicha al licençiado Enriquez medico
e a Rodrigo Fuertes çe / rujano vesinos de la dicha çibdad los quales se presentaron
e pa / resçieron en el dicho consistorio e por el dicho señor alcalde mayor /
les fue tomado juramento según forma de derecho los quales lo yçieron / y
debaxo del quedaron de cumplir e guardar lo siguiente / primeramente que no se
yran a vivir ni a morar fuera de la dicha / çibdad sin dexar amestrado a otro
en su lugar que / sepa curar la dicha enfermedad / lo segundo que a las
personas enfermas de la dicha enfermedad / los an de curar de balde / lo
terçero que curandolos sean pagos conforme a su a / siento y no los dando
curados y sanos les an de bolber / lo que les ayan llebado por que asi es
çierto lo a echo / y açe el dotor Romano e mandaron a los suso dichos / fuesen
a casa del dicho dotor Romano a la una después de / medio dia que el dicho dotor
Romano les señalo para quel dicho dotor / los enseñase los quales lo
obedecieron //
26-VI-1566
E después de lo suso dicho en la dicha
çibdad de Mondoñedo a / veynte e siete dias del mes de Junio del año de mill /
e quinientos e sesenta eseis años estando juntos y en consistorio ayun / tados
según costumbre los muy magnificos señores Bartolome Santesidro / alcalde mayor
de la dicha çibdad y obispado Juan Lopez de Prabeo Juan / Abade Pero Fernandes
Balea Pero Gonsales regidores de la dicha çibdad / e Rodrigo Yanes procurador
General della / en este consistorio paresçio et doctor Romano e presento ante
sus merçedes / una petiçion firmada de su nombre e por sus merçedes vista /
dixeron la abian por presentada e mandaron que el escribano de / consistorio le
de los testimonios que pide e se le dara licencia como la pide / ansi mesmo en este consistorio
delante sus merçedes el licenciado Enriquez medico / por si y en nombre de
Rodrigo Fuertes çirujano presentaron otra petiçion / çerca de cómo el dicho
dotor Romano les abia enseñado a curar / la enfermedad de retençion de horina e
vista por sus merçedes e vista / por sus merçedes la dicha petiçion e lo que
por ella el dicho licenciado Enriquez / deçia e confesaba mandaron dar licencia
al dicho dotor romano para que / se pudiese yr e partir cada e quando que lo
pediese / mandaron los dichos señores
dar librança al dicho doctor Romano / para Jacome Rodrigues de Labrada o otra
persona que tenga dineros de la çibdad / le acuda con seis reales que el dicho
doctor Romano dio a los mensajeros / que llebaron las cartas a los otros
lugares de la probinçia e / lo señalaron //
Dia 16 de julio
Los dichos señores mandaron dar librança al dotor Romano / para pagar
la posada en quatro ducados atento la buena / obra que yzo con su estançia en
esta çiudad y mandaron a / (linea)//
[1] Duby, GEORGES; Guillermo
el Mariscal, Alianza Editorial, Madrid 2004
[2] Letanías de los santos
[3] Zapata de Chaves, LUÍS,
Miscelánea, Silva de Casos Curiosos, Lisboa 1592
[4] Fernández Fernández, AMANCIO;
Francisco de Somovilla cirujano urólogo riojano en el renacimiento, Zubia
Monográfico, Logroño 2002
[5] Es un estrechamiento
anormal del conducto que lleva la orina fuera del cuerpo desde la vejiga.
[6] De León, ANDRÉS; Tratados
de medicina, cirugía y anatomía, Madrid, Luis Sánchez 1605
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