Las armas del concejo. 1578



      






      La vida civil de la ciudad de Mondoñedo, amenos desde que tenemos documentación que nos ayude a ilustrarla, siempre se ha concentrado en la plaza principal, un espacio amplio y diáfano del que pocas ciudades medievales podían disponer. Al evolucionar desde sus orígenes, fuesen primitivos centros habitacionales romanos o opidum o castra alto medievales, el burgo ha siempre tendido a aprovechar cada metro cuadrado de espacio libre propenso para albergar vivienda en el, dejando por lo regular poco espacio para la fundación de templos de importancia. En una ciudad medieval tipo pocos inmuebles destacaban de los demás, normalmente las excepciones eran apenas dos, el castillo y la catedral.
         En el punto más elevado, el primero siempre había dispuesto de cierta holgura de espacio, este funcionaría hasta muy tarde como la acrópolis de la nueva ciudad y en sus plazas, autenticas vacuolas en el entramado celular medieval, se dispondrían los alardes de armas y se organizarían las defensas civiles. El sistema post feudal había mantenido como centro neurálgico al  primitivo castillo, después de la descomposición de la nobleza local, desprovisto de sus funciones militares pero aprovechado en muchas ocasiones como prisión del concejo, casa del alcalde mayor o centro de crisis,  en caso de necesidad. 
         La catedral, normalmente germen del renacimiento urbano de muchas ciudades, rodeada de sus usufructuados, tanto escolanías, universidades, colegios seminario como viviendas de canónigos y prebendados, en la mayoría de las ocasiones había crecido sobre un centro de control eclesiástico primitivo, antigua sede alto medieval, o se había instalado en el lugar de una vetusta ermita con cierta fama local, que a su vez funcionaba como sustituto de otro espacio sagrado de mas larga trayectoria temporal.
         Precisamente este proceso constructivo, acompasado con las diferentes etapas de poder temporal de la iglesia de Roma, estaba acompañado por lo regular con un compás inalterable de estrecheces. Cada vez que se pretendía hacer medrar al templo madre, los terrenos más valiosos del cabildo debían ser aforados, entregando espacio que luego terminaría ahogando a la nueva obra. De este modo,  hasta bien entrado el renacimiento, y en muchos casos como el de la ciudad de Oviedo, hasta reformas barrocas, la catedral estaba literalmente incrustada en el entramado urbano, con serpenteantes calles que se enroscaban a su alrededor, como árboles que rodean un claro en un antiguo bosque de robles.
         Muy pocos y privilegiados eran los casos en que la ciudad disponía de plazas en el sentido actual de la palabra; normalmente cada pequeño espacio libre en cada esquena y cruce de calles servía para uso comercial, para abrir al público un taller, una taberna, un prostíbulo, una prisión o un colegio. De este caos no se salvaba tampoco el perímetro catedralicio, donde apenas se respetaban los camposantos en el afán urbanizador de la baja edad media.
         El caso de Mondoñedo resulta siempre peculiar si intentamos encontrar un patrón identificable en el, aunque no podemos dudar de la antigüedad de nuestra ciudad, y actualmente sería arriesgado pensar que es una villa de nueva planta, lo que por cierto no significaría gran cosa para el S. XIII; el esquema es completamente innovador para la idea que nos podemos formar de ciudad medieval.
         Todo el casco se había gestado entorno a un importante espacio abierto central donde se levantaba la catedral, y lo que aún es más peculiar, a los pies de esta se dispondría desde su fundación el uno de los foros urbanos más grandes de la medievalidad peninsular, la plaza.
         No es extraño que desde el momento en que la ciudad toma consciencia de si misma fuera de su uso eclesiástico, pretenda en todo momento hacerse usufructuaria de este inmejorable espacio, generando en ocasiones roces con el propio cabildo que ve como sus obras de relevancia deben relegarse al extrarradio, incluso en casos fuera de los muros de la ciudad. Cuando el colegio seminario se levanta en el S. XVIII, la plaza ya era de manera indiscutible un monumento civil, un espacio de la república que no podía ser usurpado.
         En todo momento, cada decisión tomada por el regimiento de la ciudad, cada pretensión edilicia de este se centra en interesar al pueblo con su plaza, las celebraciones civiles, desde que disponemos de documentación, acontecen en la plaza, los alardes, las alegrías, los encierros taurinos por San Juan y Santa María de agosto, los pregones, etc.
         Cuando un artesano importante se asienta en Mondoñedo el regimiento intenta instalarlo en la plaza, y en ella le es requerido que exponga sus mercancías cada jueves de la semana en mercado. En la plaza se encuentra la alhóndiga donde se controla el peso de los granos y do otras mercancías, y donde se instalan puestos abiertos al público de venta de pescado. Tanto el vecino de Mondoñedo como el visitante deben pasar por la plaza para pesar su grano antes de molerlo en el barrio de los Muiños y hornearlo en las diferentes tahonas que salpicaban las calles principales de la ciudad.
         Las panaderas sirven su mercancía cada día en la cabeza de la plaza, hacia la rúa de Batitales, los principales de la ciudad viven en la plaza, la cárcel del concejo y la del cabildo se disponen en la plaza, la primera en alguna vivienda propiedad del procurador de turno y la segunda con espacio fijo desde finales del S. XVI.
         El renacimiento trae consigo el paso definitivo cara la laicificación del mayor foro mindoniense, la edificación del palacio municipal. Aunque sus dependencias más o menos temporales siempre habían estado en inmuebles de este entorno, la decisión que se toma a finales de los 60 del S.XVI de levantar de cero un edificio monumental para este uso era señal inequívoca de este esfuerzo civil, alejado y con pretensión de alejarse del los interesen religiosos.  
         Precisamente por mor del instrumento que ahora pretendemos estudiar, se ha dado a entender que la planificación de este nicho para la ciudad había sido producto de la mano ilustrada de un eclesiástico, en concreto de don Juan de Liermo, pero conforme conocemos a través de sus libros de concejo la historia de la ciudad de mano de sus habitantes, lo cierto es que la iglesia en estos momentos tan cercanos a la edad media, raras veces se interesaba en obras de interés público, si es que estas no influían directamente en su calidad de vida.
         El contrato para las casas consistoriales se hace con dineros del concejo y en ningún momento se documenta apoyo alguno del cabildo a esta obra, más bien su larga duración se entiendo por las irregularidades contables del sector laico de la ciudad.
         Hasta la llegada de los obispos ilustrados barrocos, auténticos césares e la ciudad dieciochesca, el principal interés civil de los prelados modernos había sido principalmente la fuente pública, y en todo caso, más de refilón pues el regimiento del mismo dependía solo en parte del cabildo, del hospital de San Pablo, por cierto también instalado en la plaza.
         Es para esta, para renovar las captaciones de agua que le eran necesarias y por simbiosis reparar la puerta de la villa que afeaba de manera sustancias a los propios palacios episcopales, para lo que dona una importante cantidad el obispo don Juan de Liermo. De esta donación nos da noticia tanto Mayan, como antes Pazos en Galicia Diplomática y, finalmente, Don Enrique Cal en su Episcopologio[1]. En concreto el texto que recoge Don Enrique no es una buena transcripción del original, por lo que suponemos que no tuvo acceso a la fuente pues  el error que comete, es poco probable dados sus conocimientos.
         El texto que reproduciremos, en efecto nos confirma que uno de los escudos perdidos de la fachada del primitivo concejo era el de Don Juan de Liermo, al parecer en agradecimiento por la ayuda prestada en la obra de la   portada y puente  y alberca que se a de azer a la rua de la Fuente .
         Del puente y la alberca solo podemos suponer, probablemente el primero fuese obra para salvar el curso de agua que llaman río Sixto y que discurría por entre la muralla y la fuente. La alberca posiblemente funcionara igualmente para contener este riachuelo que ya daba constantes problemas a la villa socavando en sus crecidas los cimientos de la puerta de la ciudad y de la muralla.  De la portada tenemos algún dato suelto más, como de costumbre datos contables, pues parece que esta parte de la obra había quedado en manos del concejo y se le había contratado al maestro de obras del concejo. Pero de Artiaga,  que, por supuesto, reclamará sus emolumentos en varias ocasiones.
         Según estos aportes ni siquiera podemos confirmar que las obras que se estaban realizando tuviesen relación alguna con la puerta de la ciudad, pues unos pocos años después se levanta el tapial que protegerá la fuente de los barrios del coto, y en este momento se encuentran referencias a diferentes intentos de acondicionar el entorno del principal cauce de agua de la ciudad. 
         De lo que si nos ilustra es de cómo había quedado la cara de nuestro palacio civil, se había escogido como fachada la que daba frente al espacio mayor de la plaza, o a la que se conocía como rúa de la plaza y hoy cantón grande. De todos modos el aspecto exterior del inmueble daba a entender que el pueblo debía ver como se abría a espacio público en todo su perímetro libre evitando seccionar la plaza en dos, como hoy sucede.
         Únicamente el punto de exposición de las armas del reino, el emperador y el poder temporal era el más visible. La elección de Juan de Liermo para ostentar este honor es en principio peculiar, pues los fondos para iniciar la obra no habían partido do su bolsa, lo cierto es que de la de ninguno, pues aunque fuese Don Gonzalo de Solorzano el que pagase las casas que fueran primitivo concejo para usarlas de cárcel del cabildo, únicamente había sido una compra no un favor, y como tal había sido tratada.
         Puede que próxima la finalización de las obras, Don Juan de Liermo, fuese el que había invertido más en obra pública desde el 69, pero de todos modos debió de ser una decisión en parte arbitraria, imprescindible para cubrir los tres poderes, los tres símbolos pues la ciudad aún  no disponía de armas propias de marea definitiva, el escudo del rey, el del reino y el del poder temporal.
         La libranza para dorar las piedras de armas de la que nos habla este instrumento hace que vuele un poco nuestra imaginación, todos sabemos que la piedra desnuda es un invento moderno, y que las labras sin color eran vistas como obra inacabada, amenos hasta la toma de conciencia de las calidades artísticas de ciertas piedras en el renacimiento, un efecto producto de la visión en blanco y negro que del mundo clásico se tuvo en este momento, y que nuestro regusto medievalizante no compartía en absoluto.
         Quedan para todos y todas las transcripciones de estor instrumentos, su lectura es desde luego, más ilustrativa que cualquier intento de reflexión reconstructiva que aquí pueda verter, pues siempre quedará limitado frente a un preciso empleo de la propia imaginación para crear nuestras individuales imágenes mentales. 


         Por cierto de las piedras de armas poco sabemos, supuestamente son las que hoy se conservan en el Museo Provincial luego de ser retiradas de las dependencias de la ya, oficina de correos y telégrafos, en los años 30, por mediación del cronista Lence Santar, serían pues parte de los disyecta membra mindonienses que yacen repartidos por diferentes partes de nuestra geografía a la espera que podamos reclamarlos. [2]


[2] http://www.blogoteca.com/doural/index.php?mes=11&ano=2010&pag=3








25-VI-1578

Paresçio en este consistorio Pedro de Artiaga e pidio / a sus merçeder le diesen la madera e clabos para asentar / las piedras mandose le dar libranza pa el procurador / general le de honze reales para la madera y mas el / dinero para los clabos que fuere menester / para la obra /

Que por quanto esta por los consistorios pasados mandado / se ponga un piedra de armas en las casas de consistorio del / muy ilustre e reverendisioma don Juan de Liermo obispo y señor desta / çiudad atento la ayuda que aze para la portada y puente / y alberca que se a de azer a la rua de la Fuente y / mandaron quel dicho Artiaga aga la dicha piedra y la ponga / en la dicha casa de consistorio azia la casa del regidor Luis de / Luazes y las enperiales en el medio y las del reino azia la / ventana de la hesquina y para que se alle presente / a ver asentarlas dichas piedras y ver como van la / bradas y puestas en perfiçion señalaron por veedor / dello a los señores Francisco Fernandes de Cornide e Pero Fernandes Balea / e cada uno debe ver que el dicho Artiaga aga la dicha obra / en todo este mes de agosto con aperçibimiento le pongan / en la carçel y se comete a los suso dichos traten con el / pintor para que pinte y dore las dichas armas y lo / concuerden con el pintor y lo que concordaren se de / librança para ello para el procurador general pagarlo

8-VII-1579

Es este consistorio paresçio Pero de Artiaga cantero y / pidio a sus merçedes le manden pagar la terzera parte / del dinero que a de aver por las obras que haze / en la puerta desta çibdad e sus merçedes le mandaron / dar librança para que // Pero Gutierrez de Quiros de los maravedis que tiene /  desta çiudad le acuda diez ducados de parte /


2-IX-1579

Los dichos señores mandaron dar librança a Pero de Artiaga / para que se le haga pago de doze ducados que a de aver para el pago de la / portada y hedifiçio que haze en esta çiudad a la entrada de la rua / de la Fuente la qual librança sea para Pero Gutierrez le acuda con ellos y lo firmaron de sus nombres /


4-XII-1579

Mandaron dar librança para que / el mayordomo della pague a Pero de Artiaga maeso de can / teria diez y seis ducados con los quales y con treinta e dos / que tiene reçevidos los diez del señor regidor Bautista Lopez y los / veinte dos del dicho mayordomo se le acaba de pagar los qua / renta y dos ducados que la çiudad le debia y hera a cargo de la / portada y obras de junto a la fuente y lo rubricaron /


[1] Cal Pardo ENRIQUE, Episcopologio Mindoniense, Salamanca 2003, Pag, 365-366

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